10.12.2009

Género y salud


Prefacio
Encuentro de colectivos universitarios con enfoque de género y salud.


Graciela Zaldúa


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Los propósitos manifiestos de este espacio circulan por dos vertientes: por un lado, actualización, puesta al día de las producciones, hallazgos, estrategias metdológicas. por otro lado, debate en nuestras universidades del enfoque de género y salud, propiciatorio del develamiento de la expropiación de la subjetividad femenina a través de saberes y prácticas centradas en la maternidad, con la eficacia de la asociación entre la salud de la mujer y del cuerpo reproductor, partiendo de la categoría de género.
La reflexión y construcción temática para analizar los problemas generales y locales y generar estrategias, requiere volver al posicionamiento conceptual y debate de la categoría de "género"   

“Como constructor refiere a las relaciones socialmente construidas entre hombres y mujeres cuyos efectos resultan en un acceso asimétrico a la producción material y simbólica, canalizado en posiciones de dominación y privilegio en el hombre, y subordinación en la mujer. Por tanto, es un elemento constitutivo de las relaciones sociales, basado en las diferencias percibidas entre los sexos y formas de significar las relaciones de poder, implicando jerarquías. Estas diferencias percibidas incluyen cuatro elementos interrelacionados: símbolos culturales, conceptos normativos, organizaciones e instituciones, e identidades subjetivas”(Joan Scott, 1993)
A través de este marco conceptual se visualiza el patrón de necesidades, roles y riesgos, responsabilidades y acceso a los recursos según uno u otro sexo.
La articulación de salud y género habilita el reconocimiento de las diferencias y la afirmación del derecho a la salud. Desde distintos organismos internacionales se despliegan discursos que incorporan las demandas de las mujeres desde el enfoque de género. Sin embargo, es necesario advertir los riesgos de desactivar el protagonismo encapsulado en programas y excluir las dimensiones críticas.
En América Latina, se manifiesta el reconocimiento de problemas y demandas a través de diferentes organismos y autores/as, como por ejemplo:
“La experiencia de género es heterogénea y registra una amplia gama de variaciones relacionadas con la clase social, la coyuntura histórico-político-social y los productos de la subjetividad.” (Elsa Gómez Gómez, 1997)
“En relación a género y salud, la dimensión de género en el análisis de salud ha tornado visibles las distintas maneras en que las construcciones sociales de lo masculino y femenino moldean diferencialmente los perfiles de salud y la participación sanitaria de hombres y mujeres. El objetivo central del enfoque ha sido develar aquellos mecanismos que, a partir de la división social del trabajo según sexo, crean o refuerzan desigualdades intergenéricas y que se manifiestan en exposición a riesgos y fundamentalmente en relaciones de poder con respecto a los recursos para encarar dichos riesgos, proteger la salud e influir en la dirección del proceso de desarrollo sanitario” (AAVV, 1997)  
“Utilizar la capacidad analítica que brinda el género como herramienta conceptual enriquece los marcos explicativos del proceso salud-enfermedad, modifica el levantamiento de perfiles epidemiológicos y recontextualiza los procesos de planificación de acciones en salud” (Rebeca De los Ríos, 1993)
El hecho de preguntarnos por la salud nos instala en una mirada diferencial y nos plantea si los datos que aportan los sistemas de salud ponen en cuestión problemas relacionados con las diferencias sexuales y las diferencias de investiduras en los discursos y las prácticas.
Desde los ´70 la problematización sobre la diferencia sexual y la constitución de lo femenino y masculino fue introducida en la producción de las Ciencias Sociales, promoviendo virajes epistemológicos y nuevos campos del conocimiento. Combinadamente, es central y constitutivo la generación de espacios y movimientos de mujeres, prensa y colectivos feministas herederos de los movimientos del siglo XIX.
“La noción de género como diferencia sexual ha fundamentado y sustentado la intervención feminista en la arena del conocimiento formal y abstracto, en los campos cognitivos y epistemológicos definidos por las ciencias sociales y físicas tanto como las ciencias humanas o humanidades. Al mismo tiempo e independientemente de aquellas intervenciones se elaboraban prácticas y discursos específicos y se creaban espacios sociales, espacios generizados en el sentido de espacios de mujeres (women´s room) tales como los grupos CR, los comités de mujeres dentro de las disciplinas los estudios de la mujer (women´s studies) los periódicos, medios de información, colectivos feministas, etc., en los cuales la diferencia sexual misma podría afirmarse, consignarse, analizarse, especificarse o verificarse. Pero, esa noción de género como diferencia sexual y sus nociones derivadas –cultura de mujeres, maternidad, escritura femenina, femineidad- se han tornado ahora una limitación, algo así como una desventaja para el pensamiento feminista” (Teresa De Laurentis, 1989)    
Estos deslizamientos necesariamente debemos analizarlos en la perspectiva de no ser otra vez capturadas en los términos del patriarcado occidental, sus discursos y sus narrativas dominantes que definen a la mujer como una entidad arquetípica obviando la multiplicidad de las diferencias entre las mujeres y las representaciones y las construcciones lingüísticas y culturales de las relaciones de clase y sexuales.
Para Offen (1991) hay dos tradiciones que marchan por vías paralelas en relación con las demandas. El feminismo individual, contaminado con los compromisos históricos con el liberalismo político y económico, provocó, por su impulso, la conquista de los derechos civiles y cívicos, la disputa por puestos de trabajo, el valor instrumental de la educación y la búsqueda de la igualdad, movimiento que tuvo su mayor desarrollo en Estados Unidos e Inglaterra.
En segundo lugar, el feminismo relacional, cuyos orígenes se encuentran en las corrientes anticapitalistas y críticas del funcionamiento social, solidario con las mujeres trabajadoras, y que cuestiona las discriminaciones en la esfera de la producción y el consumo, en lo público y lom privado.
Kelly (1984) afirma que no es posible mantener dos esferas de realidad social: la privada, esfera doméstica, de la familia, la sexualidad y la afectividad, y la pública –del trabajo y la productividad, vale decir las relaciones de producción-. En este sentido, pueden imaginarse varias clases de relaciones sociales interconectadas: de trabajo, de clase, de raza/etnia, de sexo/género. No esferas sino conjuntos de relaciones sociales. Hombres y mujeres están posicionados/as de manera diversa, y las mujeres son afectadas de manera desigual en los distintos conjuntos, no siendo un dominio de la existencia ni esferas separadas sino una particular posición dentro de la existencia social general.
Así, la representación social de género afecta a las construcciones subjetivas, de igual modo que esas autorrepresentaciones afectan a su construcción social, posibilitando brechas o nuevos agenciamientos en el ámbito de prácticas cotidianas y micropolíticas.
Resulta central incluir el tema del poder y las diferencias, la dominación y el control como parte  del debate. Hay quienes desde un enunciado de superación del modelo convocan o convocaron a participar desde una igualdad social, pero coadyuvante –desde la ideología y/o metodología implementadas- a sostener el orden de dominación y control sobre otras/os. Otros, críticos del orden social existente, que se comprometieron y comprometen en la lucha por el fin de la opresión sexual y social.
Estas divergentes líneas de acción y reflexión configuran el campo alrededor del problema de la distribución del poder. Es sobre este campo controversial que se acuña un concepto clave en los movimientos sociales, el empowerment, empoderamiento/potenciación, como proceso no sólo de conocimiento sino de acción, tendiente al cambio en las condiciones y relaciones de poder existentes. Se refiere tanto al proceso como al resultado del proceso, en donde se puede ir fortaleciendo tanto las esferas materiales como las psicológicas, al enfrentarse a nuevas ideas y a una mejor calidad de vida.
“Ello exige revisar el sistema de creencias, de valores, de cosmovisión que las mujeres han internalizado. Represiones, tabúes y supersticiones, falsas creencias, representaciones sociales que se adquieren en el proceso de socialización de género” (AAVV, 1994)
Se ha avanzado en las últimas décadas en forma desigua, pues coexisten algunas conquistas en el plano de las representaciones políticas, laborales, científicas, etc., con postergaciones y exclusiones sociales, patrimonio de la sociedad de clases y falocéntrica.
Asignaturas pendientes como las muertes evitables por abortos y el aumento de la incidencia de VIH-Sida en mujeres jóvenes, las violencias sexistas: domésticas, institucionales y sociales, etc., nos demandan acciones reflexivas y prácticas.
Retomar a Bell Hok en la perspectiva de la construcción de poder y el poder de descreer, anima a una apuesta crítica posibilitadora de ´alumbrar´ como mujeres otras condiciones de vida y salud más equitativas, igualitarias y éticas >
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AAVV (1997): La salud y las Mujeres en América Latina y el Caribe: viejos problemas y nuevos enfoques. Santiago de Chile, UN. Serie Mujer y Desarrollo
AAVV (1994): Population Policies Reconsidered Health, empowerment and rights. Trad. Graciela Fabi.
De Laurentis, T. (1989): La Tecnología del Género. London Macmillan Press.
De los Ríos, R. (1993): “Género, Salud y Desarrollo: Un enfoque en Construcción” en Género, Mujer y Salud, OPS
Gómez, Gómez, E. (1997): “Introducción” en Género, Mujer y Salud, OPS.
Offen, K. (1991): “Definir el feminismo. Un análisis comparativo” en Historia Social N°9. Universidad de Valencia.  
Scott, J. (1993): El género: una categoría útil para el análisis histórico. De mujer a género. Bs. As. CEAL.  
Del libro: Género y Salud (2000) Eudeba. Fragmento pp13-20