LA PRAXIS PSICOSOCIAL COMUNITARIA EN SALUD, LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA PARTICIPACIÓN. Zaldúa, Sopransi, Veloso
Resumen:
Desde la Praxis Psicosocial Comunitaria se abordan situaciones de deterioro de las condiciones de vida y aumento de la pobreza e indigencia. El enfoque crítico y de la emancipación propician los valores de la autodeterminación, la justicia distributiva y el empoderamiento frente a la subordinación y opresión de clase, género y etnia. Los objetivos de monitorear representaciones y prácticas en escenarios comunitarios se inscribe en una Ética relacional. La metodología utilizada es participativa y reflexiva, con triangulación metodológica y análisis hermeútico. El análisis crítico de la dimensión participación, contribuye a un conocimiento subjetivo y colectivo de la realidad y posibilita la promoción de acciones que transformen las condiciones que afectan la salud y el bienestar.
Desde la Praxis Psicosocial Comunitaria se abordan situaciones de deterioro de las condiciones de vida y aumento de la pobreza e indigencia. El enfoque crítico y de la emancipación propician los valores de la autodeterminación, la justicia distributiva y el empoderamiento frente a la subordinación y opresión de clase, género y etnia. Los objetivos de monitorear representaciones y prácticas en escenarios comunitarios se inscribe en una Ética relacional. La metodología utilizada es participativa y reflexiva, con triangulación metodológica y análisis hermeútico. El análisis crítico de la dimensión participación, contribuye a un conocimiento subjetivo y colectivo de la realidad y posibilita la promoción de acciones que transformen las condiciones que afectan la salud y el bienestar.
Palabras claves: Praxis – movimientos sociales – participación
Abstract:
From the praxis social psychology we approach to the situation of deterioration of health conditions and increase of poverty and indigency. The emancipatory approaches promote balance between self-determination and distributive justice and empowerment. Good society and good life are bases on mutuality and removal of oppression of gener, social systems and ethnicity. Methology is participative and reflexive with methodological triangulation and hermeutic analysis. We propose the emphasis on participation to promote strategic monitory of needs and to facilite promotion and prevention on health.
Abstract:
From the praxis social psychology we approach to the situation of deterioration of health conditions and increase of poverty and indigency. The emancipatory approaches promote balance between self-determination and distributive justice and empowerment. Good society and good life are bases on mutuality and removal of oppression of gener, social systems and ethnicity. Methology is participative and reflexive with methodological triangulation and hermeutic analysis. We propose the emphasis on participation to promote strategic monitory of needs and to facilite promotion and prevention on health.
Keys: Praxis – social movements – participation
Introducción
El enfoque de la praxis psicosocial comunitaria en salud se instala como instrumento de investigación, planeamiento y monitoreo estratégico de las condiciones de salud y del impacto de las acciones y programas sanitarios Los momentos de un proceso dialéctico de construcción de conocimientos y prácticas de promoción y prevención de la salud se constituyen frente a la producción de necesidades de diferentes campos: procesos de trabajo, consumo , organizativos, cotidianidad, vida cultural y subjetividad y en relación a las condiciones de defensa y promoción de la salud, del trabajo y la vida cotidiana (Breilh, 2003).
El deterioro de las condiciones de vida y la situación de pobreza e indigencia en América Latina de 43,45 % y l8,8% respectivamente, profundiza las brechas sociales de las desigualdades y de las inequidades. Argentina duplicó y triplicó, en el último quinquenio, ambos niveles en el área urbana (CEPAL,2003).
Si analizamos los datos del último trimestre del año 2003 advertimos que el 10% de la población de nuestro país se apropia del 36,4% del total de ingresos generales, mientras que el 10% más pobre apenas del 1,3%. Es decir, el 10% más rico tiene ingresos 28 veces superiores que el 10% más pobre. En la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) correspondiente al primer semestre del 2004, se observa que en el total de aglomerados por áreas geográficas 44,3% de pobreza y 17% de indigencia. La región Noreste presenta las tasa más altas con 60,3% y 30,4% y a Patagonia tiene tasas más bajas comparativamente, de 31,% y 12% respectivamente. En este mismo semestre la situación en relación al género y las edades nos advierten de un 51,3% de pobreza y 51,2 de indigencia son mujeres. Un elemento significativo es el aumento de la pobreza en la población adulta del 53,6 (de 22 a 64 años) y de un 58,8% en mayores de 65 años. Otro aspecto relevante es el de la infantilización de la pobreza al concentrarse en edades de 0 a 13 años y 14 a 22 años. Este cuadro de situación nos interpela éticamente en relación a nuestro quehacer comunitario; los obstáculos planteados en relación a la exigibilidad de derechos de mujeres hombres, de las desigualdades de género y ciclos evolutivos, son dimensiones de la complejidad, de los límites borrosos disciplinares y los saberes populares La configuración de territorios de exclusión plantea las condiciones objetivas y subjetivas que le dan sentido al orden social y simbólico y a su vez, en estos espacios, tienen lugar las estrategias de los habitantes para resistir su relegación y transformar autogestivamente su estar en el mundo. Su revés, son las experiencias de vida y las prácticas y significaciones construidas por los colectivos sociales atravesadas por el fatalismo. Define M.I.Baró (l998) esta concepción, derivada del latin fatum, predicción, oráculo, destino inevitable, como “una relación de sentido entre las personas y el mundo al que encuentran cerrado e incontrolable” y traducido en ideas, sentimientos y comportamientos de pasividad, resignación, conformismo y sumisión. Su apuesta al proceso dialéctico que podría eliminar la actitud fatalista de las mayorías latinoamericanas involucra tres cambios: a) la recuperación de la memoria histórica, la organización popular y c) la praxis de clase, como nueva identidad social y articulada en el eje de los intereses populares. La perspectiva de Baró está inspirada en la teología de la liberación y las teorías de la emancipación de aquellos grupos sociales que sufren opresión y carencia . Se enmarca en una posición dialógica entre psicólogos y comunidad, constituida por actores con recursos y fortalezas para lograr transformaciones. Desde las últimas décadas, un sector de la producción psicosocial comunitaria en América Latina es solidario al compromiso, pero se replantea el sustento teórico de las prácticas a la luz de los paradigmas construccionista o materialistas dialécticos , la escuela de Frankfurt, la teoría de la dependencia, de la alienación, los aportes de Freire y Fals Borda. Se resignifica el objeto y la episteme en una Praxis reflexiva. Las epistemes dominantes en las producciones discursivas constituyen tramas de sentido y de legitimidad. La construcción de los otros , excluidos, peligrosos adviene a partir de una operatoria de hegemonía ideológica, que regula las relaciones existentes, la visibilidad y no visibilidad social y excluye la lógica económica y social de la crisis.
La culpa subjetiva y la responsabilidad si se descontextualizan operan ideológicamente ocultando la complejidad de las condiciones políticas, económicas e ideológicas de las situaciones de exclusión y violentación. No es el latino indolente, definido por su destino y por fuerzas ajenas al control y poder, sino aquel que activamente irrumpe con sus demandas, resiste con sus cortes o piquetes. Se juegan en los hechos, que evidencian el sentido de exceso, pero requiere no ser visto, y como lo hace se inscribe ideológicamente, como esos diferentes, resistentes, disruptivos en el universo simbólico de los incluidos.
La Psicología Social Comunitaria desde la perspectiva crítica y de la liberación interroga las dimensiones de la participación y el compromiso comunitario, en sus efectos de satisfacción de necesidades, de promoción de ciudadanía y de la sociedad civil. Desde el dominio de los valores puede promover la autodeterminación, el empoderamiento en la diversidad y la justicia distributiva para el bienestar subjetivo y comunitario. El bienestar y la justicia emergen como componentes centrales y las necesidades personales, relacionales y colectivas están íntimamente ligadas. Para Prilleltensky (l994) las necesidades personales y relacionales conciernen principalmente al dominio psicológico y aunque necesarias son insuficientes para determinar el bienestar. Postula con otros autores (Carr y Sloan, 2003; Kim, Irwin y Gersham, 2000) las necesidades de políticas justas de acceso a servicios de atención de salud, de educación pública, de seguridad, de justicia, de vivienda, de empleo, de protección contra la explotación, y a su vez, la atención universal en salud, las redes de cuidado infantil y seguridad social como garantía del aumento del bienestar público y privado de los ciudadanos (Sen, 1999).
Sin embargo, queda por fuera de estas explicaciones el antagonismo social real, dirá Žižek (2003: 32): “la lucha de clases es real en el sentido lacaniano estricto: un obstáculo, un impedimento que hace surgir simbolizaciones siempre nuevas por medio de las cuales uno intenta integrarlo y domesticarlo (el desplazamiento-traducción corporativista de la lucha de clases en la articulación orgánica de los “miembros” del cuerpo social, por ejemplo), pero que simultáneamente condena estos intentos al fracaso final. El efecto de hegemonía, es que la violencia inicial del no trabajo, o la exclusión o la constitución de verdaderos ghetos urbanos no es percibido como violencia., como circulo vicioso de un acto que establece el orden, volviendo invisible ese acto constitutivo de la violencia social simbólica. En este sentido se puede interrogar con Žižek sobre las modalidades de posición frente a los Movimientos Sociales que irrumpen y se toma distancia, o se los reprime o se los coopta desde la superioridad privilegiada del capital en la lucha económica y política.
Cuestiones epistemológicas y metodológicas
Si el propósito de la investigación es reflexionar acerca de los problemas comunitarios: ¿cómo definimos comunidad?, por otra parte ¿cúales son los enfoques, los métodos y las técnicas que propician información relevante e iluminan las situaciones y las alternativas?
Adquieren centralidad los obstáculos planteados a la exigibilidad de derechos humanos, sociales, económicos y políticos de mujeres y hombres y las desigualdades de género, de ciclos evolutivos y de étnias y culturas no dominantes que sostienen el sexismo patriarcal y el abuso. Las dimensiones de la complejidad social y subjetiva, de los límites borrosos entre los saberes disciplinares y los saberes populares y las prácticas comunitarias, vertebran el diseño investigativo y la acción participativa.
Desde las perspectivas epistemológicas y metodológicas de la Psicología Social Comunitaria sostiene Prilleltenky (1997) que corresponde relacionar con los valores, los temas, los supuestos, las prácticas y los potenciales beneficios o riesgos en relación a cuatro paradigmas: tradicional, empowerment, postmoderno y de la emancipación. Es desde este último, el abordaje emancipatorio, que se enfatizan los valores de la autodeterminación, la justicia distributiva, el bienestar subjetivo y colectivo. Los supuestos que sostienen a la buena vida y la buena sociedad están basados en las mutuas obligaciones, responsabilidades y la destitución de la opresión. Las prácticas participativas y de empoderamiento se definen en pos de transformar las situaciones opresivas y por los cambios interpersonales y sociales. Los riesgos que pueden considerarse son los sacrificios de la singularidad personal por el bien comunitario. Los benefcios destacables son el sentido de pertenencia comunitaria y los procesos emancipatorios de las opresiones de género, de clase, de etnias, de cultura.
El desarrollo de una reflexividad crítica nos permitió incorporar al debate actual de la Psicología Social Comunitaria los problemas marginados o silenciados sobre los dominios del poder, del discurso y de las diferencias, a partir de la teoría crítica y del feminismo. La práctica teórica y el análisis del contexto histórico nos condujo a las estrategias de investigación intersubjetivas, desde las diversas perspectivas de los actores, trabajadoras, trabajadores desocupados. Los pilares de esta investigación contrahegemónica, se asienta en tres mecanismos: planeación estratégica, monitoreo participativo y control social sobre la gestión (Breilh, 2003). Es decir, de ruptura y superación de las propuestas funcionalistas que eluden los temas del poder, del género, de la subjetividad, de los grupos emergentes, del Estado. Las lógicas cuantitativas y fundamentalmente cualitativas se inscriben en prácticas de investigación como encuestas, inventarios, observación participante, grupos focales y talleres de capacitación. A partir de un método de análisis hermeneútico dialéctico y la asistencia de Epi Info y AtlasTi, resignificamos la praxis psicosocial comunitaria.
Sobre la participación social en salud
El concepto de participación social (PS) en salud está cargado de presupuestos ideológicos-técnicos generalmente no explicitados, que sin embargo orientan su uso. Al igual que otros conceptos[i] la PS ha sido producida y aplicada por las ciencias sociales y posteriormente apropiada por las ciencias de la salud sin un análisis crítico del proceso de producción y aplicación previa, generando una distorsión en su significado (Menéndez, 1998: 65-66). La PS está ligada a procesos de transformación socio-política, a formas de organización social, a diseño de políticas públicas e implementación de programas sociales. Según sea quien la defina y con qué objetivos será empleada asume diferentes características, diversos nombres según tendencias y movimientos políticos. Participación social, participación comunitaria, participación política, participación ciudadana, participación popular, etc. muchas veces son empleadas como sinónimos ocultando diferencias y convergencias en las delimitaciones conceptuales, no explicitadas, ni consensuadas. La polisemia y el polifacetismo de la PS requieren asumir la “existencia de una triple historia en la construcción de saberes participativos (académica, política, técnica), que la ahistoricidad dominante tiende constantemente a anular” (Ibid: 67).
A partir de la revisión de las definiciones sobre PS (Montero, 2004; Ugalde, 1999; Menéndez, 1999; Spinelli, 1999; Baró, 1998; OPS/OMS, 1992; Grodos y Bethume, 1988; Fals Borda, 1985), en el presente trabajo conceptualizamos la PS como el proceso general de la participación de los sujetos y los colectivos en las relaciones sociales de producción-reproducción de la sociedad, que puede ser analizada en diversos niveles (singular-colectivo-estructural) y áreas. En este proceso general se distinguen: la participación comunitaria (Pco), la participación política (Ppol), participación ciudadana (Pci) y la participación popular (Ppop).
La Pco es aquella participación que es promovida desde los programas a nivel gubernamental (incluyendo redes clientelares-asistenciales) y de organismos internacionales, así como aquellos programas formales vinculados a ONGs. Dicha participación está basada en la idea de cooperación de la población con la agencia efectora de programas.
La Ppol es aquella que se expresa bajo una concepción política integrada a la cotidianeidad y puede estar centrada en tres ideas: de defensa y promoción de la civilidad, de transformación y/o de emancipación. La primera se refiere al conjunto de aspectos que resisten a la violencia extrema (condiciones de pauperización absoluta, condiciones de represión extrema, etc.). La segunda está centrada en la idea de transformación material de las estructuras de dominación. Y la tercera se relaciona con la exigencia de un máximo de libertad y un máximo de igualdad: la exigencia de “égaliberté”[ii].
En la Ppop la centralidad del concepto reside en que las iniciativas de participación son promovidas desde las clases subalternas (movimientos sociales, políticos y/o reivindicativos autoconvocados), incluyendo procesos de empoderamiento que tienden hacia la autodeterminación y la autonomía de los colectivos.
La Pci está referida al reconocimiento y la defensa de los derechos, a la participación como ciudadanos en la lógica de las democracias formales representativas.
Esta delimitación conceptual intenta aprehender las relaciones entre diversos actores de la sociedad civil (ONGs, movimientos sociales, organizaciones barriales, etc.) y el Estado. Los distintos tipos de participación no son excluyentes y en lo concreto se presentan muchas veces superpuestos o intersectados.
Por su característica dinámica, la PS y su diversas expresiones están atravesadas por procesos dialécticos que se dirimen entre polos tensionales. Se enuncian algunas de las tensiones reconocidas:
¨ autonomía-heteronomía: este eje aparece vinculado a quién realiza las propuestas participativas, si son definidas externa o internamente respecto del colectivo participante[iii], a la posibilidad de autogestión o heterogestión, a quién induce y/o direcciona la PS.
¨ integralidad-focalización, se refiere a la amplitud de las propuestas participativas en relación al enfoque selectivo sobre problemáticas específicas o al abordaje desde una perspectiva integral de la vida cotidiana de los sujetos, los colectivos, la sociedad.
¨ empoderamiento-cooptación: remite a los objetivos de los procesos participativos, está estrechamente vinculado al eje autonomía-heteronomía y al sostenimiento de los conflictos por parte de los colectivos, al señalamiento de las contradicciones sociales y a la creación de contrapoder, ubicando en el otro polo los mecanismos de integración de elementos críticos a través de la canalización o evitación de conflictos sociales[iv].
¨ crítica-conformismo: dicha tensión se vincula al posicionamiento colectivo en los procesos participativos, está relacionada con la posibilidad de desarrollar un análisis crítico de las situaciones e intervenir en la toma de decisiones, en la definición de necesidades e intereses dentro del proceso manteniendo o no la propia posición a nivel colectivo.
¨ actores-recursos: dicha tensión remite a la modalidad de participación subjetiva dentro del proceso. El polo actores evidencia una participación activa-creativa, mientras que el polo recursos refiere a una participación pasiva-objetal.
¨ singular-colectivo: se refiere a los modos de negociación y toma de decisiones al interior de los colectivos (horizontalidad-verticalismo), así como a los rasgos de los liderazgos presentes (autoritarios, caudillistas, democráticos, etc.). En este eje también se expresan las posibilidades de implicancia y compromiso subjetivo a través de la asunción de responsabilidades dentro del proceso o la delegación.
¨ flujo-reflujo: este eje remite a los niveles de participación y a sus movimientos. Se relaciona con los niveles de visualización en la vida política societal y la regresión a niveles infrapolíticos de participación[v], así como con los procesos de empoderamiento-cooptación.
¨ espontaneidad-programación: dicha tensión está relacionada con la génesis de la participación y el modo de generación e inclusión de cambios dentro del proceso.
¨ creatividad-burocratización: el eje se refiere a las formas organizativas dentro de los procesos (democracia directa o de base, sistemas delegativos-representativos, etc.), a su grado de innovación o reproducción de formas tradicionales.
¨ subalternidad-hegemonía: esta tensión se vincula con el grado de desnaturalización de los procesos estructurales en los discursos y las prácticas: existencia de clases sociales, de necesidades, de conflictos, de inequidad económica, de desigualdad social y de opresiones de clase, género, etnia y cultura.
¨ liberación-alienación: este eje remite a la presencia o no de desarrollos que permitan subvertir las relaciones sociales hegemónicas a través de la creación de formas alternativas humanizantes, o a la reproducción de las relaciones vigentes de subordinación[vi].
Durante la década del ’50 en varios países del Tercer Mundo se generalizaron los esfuerzos por incentivar el desarrollo de programas sociales que involucraban a la población, especialmente rural. En el sector salud, la PS tuvo una incorporación relativamente tardía, llegó amalgamada con otros programas de desarrollo rural integrado. La PS en salud esta referida al proceso de salud / enfermedad / atención. El hito que marca definitivamente la inclusión de las propuestas participativas en salud es la conferencia de Alma Ata en 1978: “El pueblo tiene derecho y el deber de participar individual y colectivamente en la planificación y aplicación de su atención en salud (...) la APS[vii] exige y fomenta en grado máximo la autoresponsabilidad y la participación de la comunidad y del individuo en la planificación, la organización, el funcionamiento y el control de la APS, sacando el mayor partido posible de los recursos locales y nacionales y de otros recursos disponibles, y con tal fin desarrolla mediante la educación apropiada la capacidad de las comunidades para participar” (OMS y UNICEF, Alma Ata, 1978). El énfasis que se hizo en el autocuidado individual, familiar y colectivo respondió a dos posiciones ideológicas: una posición conservadora que tiende a reducir el papel del sector público y hacer responsables a las poblaciones de su salud (congruente con las políticas neoliberales de ajuste del área salud pública y la implementación-financiamiento internacional de programas de APS selectiva); otra vertiente que, como movimiento totalizador, intenta desmitificar la orientación biomédica de la medicina, reducir la medicalización de la atención, y desprofesionalizar la medicina, asignando al Estado responsabilidades de proteger a los ciudadanos contra los productores de enfermedad y muerte, y educar para la salud (vinculada a propuestas de APS integral) (Ugalde, 1999, Grodos y Bethume, 1988).
Acerca de una experiencia de participación social en salud
Introduciéndonos en el terreno específico de la PS en salud en el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) [viii] de zona sur del conurbano bonaerense, en un principio se evidencia que la salud se torna un espacio participativo de manera secundaria. Ante la inmediatez de la sobrevivencia, las acciones prioritarias son dirigidas hacia la búsqueda de recursos que aseguren la vida: los alimentos, o su intermediario: el trabajo. Este hecho, sumado a que en nuestro país aún funciona, aunque precarizado en todos los aspectos, un sistema público de salud, hace que la salud pase a un segundo plano y se accione sólo ante la urgencia. Este punto de vista es compartido por gran cantidad de personas que se reconocen como militantes de la salud dentro de los MTDs y señalan la dificultad al intentar comprometer a los compañeros en tareas vinculadas al área. Dicho obstáculo se relaciona con la génesis del MTD, cuya constitución se remonta a las primeras comisiones provisorias de desocupados organizadas a fines de 1995 para hacer frente a la situación contextualizada por el incremento del desempleo y la consecuente pauperización de sus condiciones de vida. El reclamo inicial que dirigen al Estado es por la recuperación de puestos de trabajo o subsidios y bolsones de alimentos, reivindicando el derecho al trabajo. Estos grupos darían lugar a los diferentes movimientos territoriales de desocupados con diversas líneas políticas-organizativas. Consecuentemente, las primeras acciones de los MTDs están vinculadas a proyectos productivos y de autoconsumo.
A medida que los MTDs se consolidan y se inicia una tarea sistemática de relevamiento de condiciones de vida y necesidades en los territorios de acción, la salud aparece en el discurso como reclamo reivindicativo al Estado frente al desmantelamiento neoliberal del sistema de salud y la deficiencia en la atención sanitaria por falta de insumos y profesionales, por sobredemanda, etc. Conjuntamente se expresa el reclamo por la educación. Este primer esbozo de PS en salud surge a partir del reconocimiento del derecho a la salud y la falta de garantías por parte del Estado. Las primeras acciones con respecto a la salud están relacionadas con la defensa de la estructura en salud existente y tienen un fuerte sentido político: evitar cierres o privatización de hospitales y centros de salud, no permitir el cobro de aranceles o bonos para la atención, denunciar los reiterados robos y el control punteril en las unidades sanitarias, etc. Para estas acciones se recurrió a articulaciones territoriales con otras organizaciones del barrio, otros movimientos sociales, sindicatos de trabajadores de la salud, etc.
Los MTDs están formados mayoritariamente por personas que perdieron sus trabajos durante el periodo de desindustrialización y privatización de empresas públicas de finales de los ’90. Con lo cual, las necesidades de la vida cotidiana, hasta ese momento, aunque de manera precaria estaban aseguradas. Complementando la lucha por el trabajo y los alimentos con el reconocimiento y la primeras acciones en defensa del derecho a la salud y la educación, los MTDs comienzan a perfilar una integralidad de los aspectos de la vida cotidiana ligada a la reconstrucción colectiva a través de la organización.
Al nivel reivindicativo de la PS en salud, se suman acciones concretas dentro del territorio: relevamiento de los recursos y los problemas de los centros de salud, vinculación con los trabajadores de la salud, diagnóstico comunitario de las problemáticas de la salud en el territorio, rastreo de los problemas endémicos, aspectos ecológicos del hábitat, etc. Se esbozaron diversas propuestas para hacer frente a las problemáticas rastreadas a través de la creación de comisiones de salud dentro de los movimientos. Estos aspectos estuvieron vinculados a la participación dentro de los MTDs de estudiantes y profesionales de ciencias sociales y de salud, muchos de ellos compartiendo la situación de desocupación.
A principios del 2002, un tema convocante en relación a la salud fue el aumento de los precios de los medicamentos (por la reciente devaluación del peso) y su escasez[ix]. Este hecho propicia la gestión de medicamentos en laboratorios públicos y privados, así como el reclamo a Municipios y al Ministerio de Salud de la Nación Argentina. La estrategia principal fue la apertura de farmacias comunitarias en los territorios, muchas de las cuales aún perduran. También hubo colectivos que retomaron los saberes populares sobre el uso de plantas medicinales y emprendieron proyectos relacionados con su producción. Algunos de estos proyectos de farmacias comunitarias dieron lugar a la creación de postas de salud autogestionadas (con atención de un enfermero o promotor de salud miembro de la comunidad, visita semanal de médico, suministro de medicación y prestaciones básicas –control de desarrollo de niños, control de la presión, atención de primeros auxilios, etc.–), especialmente en los lugares con difícil acceso a los centros de atención.
En los MTDs se va creando una representación social de la salud ligada a la propia cotidianeidad de los colectivos. Se comienzan a reconocer los aspectos resilientes y salutíferos de la reconstrucción del entramado de las relaciones sociales a partir de la organización y la gestión conjunta de bienes que aseguran la reproducción material. Las estrategias de lucha y los emprendimientos son espacios de recuperación de la sociabilidad que propician los lazos solidarios y recíprocos, y la redefinición de los actores dentro del proceso a través de la creación de nuevos ámbitos de pertenencia e identidad colectiva. Este aspecto relacional de la organización a través de la desocupación colectiva es reconocido como salutífero en comparación con la situación de desocupado individual, que muchos vivenciaron[x].
Con respecto a los temas de mayor repercusión al que se intentan dirigir las estrategias, aparecen principalmente la desnutrición y el bajo peso en niños, la problemática del HIV-SIDA en jóvenes y la contaminación ambiental. Incipientemente empiezan a formarse promotores que se dedican a tareas de prevención, las tareas de control de peso y talla son sistematizadas, y se continúa la gestión de recursos ante los organismos gubernamentales. Comienza a asomar la necesidad de trabajar en redes de diversos niveles y de formar a los propios recursos en salud. Durante el 2002, surgen experiencias como el Foro Social de Salud[xi] y otras coordinaciones que convocan a diversos MTDs y organizaciones de base, de estudiantes, junto a sindicatos de trabajadores de la salud. Muchas de estas formas organizacionales no han sido estables en el tiempo, puesto que remitieron a articulaciones situacionales con configuraciones innovadoras, otras experiencias perviven en las grietas del capitalismo en una red abierta con configuración rizomática[xii]. Las posibilidades que inauguran las redes dinámicas están vinculadas a la policentralidad (descentralización del poder en nodos), la multiarticulación, el flujo informacional, la interorganización y la expansión. La clave de la elección de la organización en redes reside en que cada experiencia nutre su autonomía de la interdependencia con otros componentes a través de la potencia que reside en la interconexión dentro de la red. La red pasa a ser la base multiplicadora y dinamizadora del conjunto. Como experiencias de resistencia, multiplicidad de prácticas, no son pensables en su unidad (como un movimiento homogéneo), sino a través de una transversalidad capaz de hacer producir resonancias en la diversidad. Su “temporalidad refiere al carácter muchas veces no permanente de estas construcciones y al intento constante de parte del sistema del capital de suturar estas fisuras” cooptándolas, integrándolas o reprimiéndolas (López y Menéndez, 2003: 44-45).
Las características de la red dificultan su cooptación, puede cooptarse o retirarse un nodo y la red seguirá existiendo en la dinámica transitoriedad-permanencia, conexión-desconexión como un sistema abierto e inestable. La red nunca se fija como estructura cristalizada porque es fundamentalmente dinámica. Cada componente de la red es otra red, que a la vez participa de varias redes.
Las diversas articulaciones se dan a partir de las necesidades concretas, de la práctica en cuestiones puntuales, de las carencias territoriales convocantes, de la confluencia de líneas político-organizativas. El compartir prácticas, la generación de estrategias y acciones de lucha propician el conocimiento y las relaciones de confianza entre las organizaciones, promoviendo la estabilidad de la articulación. Estas convergencias potencian la capacidad de los colectivos de negociar con los organismos estatales e incidir sobre el tratamiento de ciertos temas de la agenda pública para el diseño de políticas sociales.
Comentarios finales
La salud funciona como eje transversal articulador de diversas organizaciones y sectores. En estas experiencias se condensan los diferentes tipos de participación social: política, popular, ciudadana y comunitaria. Su mayor grado de visibilización o legitimación social está ligado a su temporalidad y a la dinámica de avance-reflujo en los niveles de la política y la infrapolítica. Al ser experiencias con un claro sentido democrático, su posibilidad de trascendencia está ligada a las marcas subjetivas que imprime el tránsito por ellas en los sujetos verdaderamente implicados con el proyecto, un habitus[xiii] instituyente en el que descansa su potencia real aún en los momentos de repliegue.
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[ii] Balibar, 2001: 15 -16.
[iii] Sobre los conceptos de autonomía y heteronomía ver: Castoriadis, 1997.
[iv] Desde la perspectiva de Moscovici (1981), la posibilidad de evidenciar y sostener el conflicto a nivel social es una de las estrategias de las minorías activas para ejercer su influencia social. La tendencia contraria está referida a los procesos de normalización y conformismo, ligadas al ocultamiento de las contradicciones sociales.
[v] Scott (2000) postula: “Siempre que limitemos nuestra concepción de lo político a una actividad explícitamente declarada, estaremos forzados a concluir que los grupos subordinados carecen intrínsecamente de una vida política o que ésta se reduce a los momentos excepcionales de explosión popular. En ese caso, omitiremos el inmenso territorio político que existe entre la sumisión y la rebelión y que, para bien o para mal, constituye el entorno político de las clases sometidas. Sería como concentrarse en la costa visible de la política e ignorar el continente que está detrás”.
[vi] Para Basaglia (1976) la creación de formas alternativas en las relaciones sociales que respeten la humanidad de los sujetos es un componente central de las prácticas desinstitucionalizadoras.
[vii] Atención Primaria de la Salud.
[viii] Acerca de la historia del Movimiento de Trabajadores Desocupados, ver: Zibechi, 2003, cap. 4 y Oviedo, 2001.
[ix] Un estudio sobre el impacto de la situación sanitaria en el 2002 dentro de estos colectivos se puede consultar en: Sopransi, M.B., Veloso, V., Sasia, R., Udrisard, G., 2003.
[x] Un análisis sobre los cambios en la subjetividad a partir de la participación en los MTDs se puede ver en: Sopransi, M.B. y Veloso, V., 2004.
[xi] Los objetivos centrales definidos desde el Foro Social de Salud son: Promover y defender la idea de un sistema público y gratuito, igualitario y de calidad, accesible a todas las personas que habitan el suelo argentino. Propiciar el derecho a la salud como derecho humano y social inalienable, derecho de ciudadanía. Generar redes que articulen distintos actores sociales (médicos, otros profesionales de salud, trabajadores de salud, pacientes, organizaciones sociales, barriales y humanitarias, etc.), favoreciendo el protagonismo de todos los actores sociales, en la lucha para impulsar mecanismos de participación democrática en la redefinición de las políticas públicas para el área nacional, regional y local. Promover el intercambio de experiencias y el debate de propuestas superadoras en cada uno de los campos problemáticos hallados: desnutrición, crisis del sistema público de salud y de la seguridad social, barreras de accesibilidad a los servicios de salud, acceso a medicamentos, problemas de salud mental y discapacidad y problemas de salud ambiental. En www.forosalud.org.ar.
[xii] “EI rizoma es un sistema acentrado, no jerárquico y no significante, sin General, sin memoria organizadora o autómata central, definido únicamente por una circulación de estados.” “Un rizoma no empieza ni acaba, siempre está en el medio, entre las cosas, inter-ser […] el rizoma tiene como tejido la conjunción ‘y...y...y’”. Los tres primeros principios del rizoma son conexión, heterogeneidad y multiplicidad. Deleuze y Guattari, 1994, cap. I.
[xiii] Conjuntos de relaciones históricas “depositadas” en los cuerpos individuales bajo la forma de esquemas mentales y corporales de percepción, apreciación y acción (habitus) y la distribución desigual del capital material y simbólico entre las clases sociales (Bourdieu y Wacquant, 1995: 23).
El deterioro de las condiciones de vida y la situación de pobreza e indigencia en América Latina de 43,45 % y l8,8% respectivamente, profundiza las brechas sociales de las desigualdades y de las inequidades. Argentina duplicó y triplicó, en el último quinquenio, ambos niveles en el área urbana (CEPAL,2003).
Si analizamos los datos del último trimestre del año 2003 advertimos que el 10% de la población de nuestro país se apropia del 36,4% del total de ingresos generales, mientras que el 10% más pobre apenas del 1,3%. Es decir, el 10% más rico tiene ingresos 28 veces superiores que el 10% más pobre. En la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) correspondiente al primer semestre del 2004, se observa que en el total de aglomerados por áreas geográficas 44,3% de pobreza y 17% de indigencia. La región Noreste presenta las tasa más altas con 60,3% y 30,4% y a Patagonia tiene tasas más bajas comparativamente, de 31,% y 12% respectivamente. En este mismo semestre la situación en relación al género y las edades nos advierten de un 51,3% de pobreza y 51,2 de indigencia son mujeres. Un elemento significativo es el aumento de la pobreza en la población adulta del 53,6 (de 22 a 64 años) y de un 58,8% en mayores de 65 años. Otro aspecto relevante es el de la infantilización de la pobreza al concentrarse en edades de 0 a 13 años y 14 a 22 años. Este cuadro de situación nos interpela éticamente en relación a nuestro quehacer comunitario; los obstáculos planteados en relación a la exigibilidad de derechos de mujeres hombres, de las desigualdades de género y ciclos evolutivos, son dimensiones de la complejidad, de los límites borrosos disciplinares y los saberes populares La configuración de territorios de exclusión plantea las condiciones objetivas y subjetivas que le dan sentido al orden social y simbólico y a su vez, en estos espacios, tienen lugar las estrategias de los habitantes para resistir su relegación y transformar autogestivamente su estar en el mundo. Su revés, son las experiencias de vida y las prácticas y significaciones construidas por los colectivos sociales atravesadas por el fatalismo. Define M.I.Baró (l998) esta concepción, derivada del latin fatum, predicción, oráculo, destino inevitable, como “una relación de sentido entre las personas y el mundo al que encuentran cerrado e incontrolable” y traducido en ideas, sentimientos y comportamientos de pasividad, resignación, conformismo y sumisión. Su apuesta al proceso dialéctico que podría eliminar la actitud fatalista de las mayorías latinoamericanas involucra tres cambios: a) la recuperación de la memoria histórica, la organización popular y c) la praxis de clase, como nueva identidad social y articulada en el eje de los intereses populares. La perspectiva de Baró está inspirada en la teología de la liberación y las teorías de la emancipación de aquellos grupos sociales que sufren opresión y carencia . Se enmarca en una posición dialógica entre psicólogos y comunidad, constituida por actores con recursos y fortalezas para lograr transformaciones. Desde las últimas décadas, un sector de la producción psicosocial comunitaria en América Latina es solidario al compromiso, pero se replantea el sustento teórico de las prácticas a la luz de los paradigmas construccionista o materialistas dialécticos , la escuela de Frankfurt, la teoría de la dependencia, de la alienación, los aportes de Freire y Fals Borda. Se resignifica el objeto y la episteme en una Praxis reflexiva. Las epistemes dominantes en las producciones discursivas constituyen tramas de sentido y de legitimidad. La construcción de los otros , excluidos, peligrosos adviene a partir de una operatoria de hegemonía ideológica, que regula las relaciones existentes, la visibilidad y no visibilidad social y excluye la lógica económica y social de la crisis.
La culpa subjetiva y la responsabilidad si se descontextualizan operan ideológicamente ocultando la complejidad de las condiciones políticas, económicas e ideológicas de las situaciones de exclusión y violentación. No es el latino indolente, definido por su destino y por fuerzas ajenas al control y poder, sino aquel que activamente irrumpe con sus demandas, resiste con sus cortes o piquetes. Se juegan en los hechos, que evidencian el sentido de exceso, pero requiere no ser visto, y como lo hace se inscribe ideológicamente, como esos diferentes, resistentes, disruptivos en el universo simbólico de los incluidos.
La Psicología Social Comunitaria desde la perspectiva crítica y de la liberación interroga las dimensiones de la participación y el compromiso comunitario, en sus efectos de satisfacción de necesidades, de promoción de ciudadanía y de la sociedad civil. Desde el dominio de los valores puede promover la autodeterminación, el empoderamiento en la diversidad y la justicia distributiva para el bienestar subjetivo y comunitario. El bienestar y la justicia emergen como componentes centrales y las necesidades personales, relacionales y colectivas están íntimamente ligadas. Para Prilleltensky (l994) las necesidades personales y relacionales conciernen principalmente al dominio psicológico y aunque necesarias son insuficientes para determinar el bienestar. Postula con otros autores (Carr y Sloan, 2003; Kim, Irwin y Gersham, 2000) las necesidades de políticas justas de acceso a servicios de atención de salud, de educación pública, de seguridad, de justicia, de vivienda, de empleo, de protección contra la explotación, y a su vez, la atención universal en salud, las redes de cuidado infantil y seguridad social como garantía del aumento del bienestar público y privado de los ciudadanos (Sen, 1999).
Sin embargo, queda por fuera de estas explicaciones el antagonismo social real, dirá Žižek (2003: 32): “la lucha de clases es real en el sentido lacaniano estricto: un obstáculo, un impedimento que hace surgir simbolizaciones siempre nuevas por medio de las cuales uno intenta integrarlo y domesticarlo (el desplazamiento-traducción corporativista de la lucha de clases en la articulación orgánica de los “miembros” del cuerpo social, por ejemplo), pero que simultáneamente condena estos intentos al fracaso final. El efecto de hegemonía, es que la violencia inicial del no trabajo, o la exclusión o la constitución de verdaderos ghetos urbanos no es percibido como violencia., como circulo vicioso de un acto que establece el orden, volviendo invisible ese acto constitutivo de la violencia social simbólica. En este sentido se puede interrogar con Žižek sobre las modalidades de posición frente a los Movimientos Sociales que irrumpen y se toma distancia, o se los reprime o se los coopta desde la superioridad privilegiada del capital en la lucha económica y política.
Cuestiones epistemológicas y metodológicas
Si el propósito de la investigación es reflexionar acerca de los problemas comunitarios: ¿cómo definimos comunidad?, por otra parte ¿cúales son los enfoques, los métodos y las técnicas que propician información relevante e iluminan las situaciones y las alternativas?
Adquieren centralidad los obstáculos planteados a la exigibilidad de derechos humanos, sociales, económicos y políticos de mujeres y hombres y las desigualdades de género, de ciclos evolutivos y de étnias y culturas no dominantes que sostienen el sexismo patriarcal y el abuso. Las dimensiones de la complejidad social y subjetiva, de los límites borrosos entre los saberes disciplinares y los saberes populares y las prácticas comunitarias, vertebran el diseño investigativo y la acción participativa.
Desde las perspectivas epistemológicas y metodológicas de la Psicología Social Comunitaria sostiene Prilleltenky (1997) que corresponde relacionar con los valores, los temas, los supuestos, las prácticas y los potenciales beneficios o riesgos en relación a cuatro paradigmas: tradicional, empowerment, postmoderno y de la emancipación. Es desde este último, el abordaje emancipatorio, que se enfatizan los valores de la autodeterminación, la justicia distributiva, el bienestar subjetivo y colectivo. Los supuestos que sostienen a la buena vida y la buena sociedad están basados en las mutuas obligaciones, responsabilidades y la destitución de la opresión. Las prácticas participativas y de empoderamiento se definen en pos de transformar las situaciones opresivas y por los cambios interpersonales y sociales. Los riesgos que pueden considerarse son los sacrificios de la singularidad personal por el bien comunitario. Los benefcios destacables son el sentido de pertenencia comunitaria y los procesos emancipatorios de las opresiones de género, de clase, de etnias, de cultura.
El desarrollo de una reflexividad crítica nos permitió incorporar al debate actual de la Psicología Social Comunitaria los problemas marginados o silenciados sobre los dominios del poder, del discurso y de las diferencias, a partir de la teoría crítica y del feminismo. La práctica teórica y el análisis del contexto histórico nos condujo a las estrategias de investigación intersubjetivas, desde las diversas perspectivas de los actores, trabajadoras, trabajadores desocupados. Los pilares de esta investigación contrahegemónica, se asienta en tres mecanismos: planeación estratégica, monitoreo participativo y control social sobre la gestión (Breilh, 2003). Es decir, de ruptura y superación de las propuestas funcionalistas que eluden los temas del poder, del género, de la subjetividad, de los grupos emergentes, del Estado. Las lógicas cuantitativas y fundamentalmente cualitativas se inscriben en prácticas de investigación como encuestas, inventarios, observación participante, grupos focales y talleres de capacitación. A partir de un método de análisis hermeneútico dialéctico y la asistencia de Epi Info y AtlasTi, resignificamos la praxis psicosocial comunitaria.
Sobre la participación social en salud
El concepto de participación social (PS) en salud está cargado de presupuestos ideológicos-técnicos generalmente no explicitados, que sin embargo orientan su uso. Al igual que otros conceptos[i] la PS ha sido producida y aplicada por las ciencias sociales y posteriormente apropiada por las ciencias de la salud sin un análisis crítico del proceso de producción y aplicación previa, generando una distorsión en su significado (Menéndez, 1998: 65-66). La PS está ligada a procesos de transformación socio-política, a formas de organización social, a diseño de políticas públicas e implementación de programas sociales. Según sea quien la defina y con qué objetivos será empleada asume diferentes características, diversos nombres según tendencias y movimientos políticos. Participación social, participación comunitaria, participación política, participación ciudadana, participación popular, etc. muchas veces son empleadas como sinónimos ocultando diferencias y convergencias en las delimitaciones conceptuales, no explicitadas, ni consensuadas. La polisemia y el polifacetismo de la PS requieren asumir la “existencia de una triple historia en la construcción de saberes participativos (académica, política, técnica), que la ahistoricidad dominante tiende constantemente a anular” (Ibid: 67).
A partir de la revisión de las definiciones sobre PS (Montero, 2004; Ugalde, 1999; Menéndez, 1999; Spinelli, 1999; Baró, 1998; OPS/OMS, 1992; Grodos y Bethume, 1988; Fals Borda, 1985), en el presente trabajo conceptualizamos la PS como el proceso general de la participación de los sujetos y los colectivos en las relaciones sociales de producción-reproducción de la sociedad, que puede ser analizada en diversos niveles (singular-colectivo-estructural) y áreas. En este proceso general se distinguen: la participación comunitaria (Pco), la participación política (Ppol), participación ciudadana (Pci) y la participación popular (Ppop).
La Pco es aquella participación que es promovida desde los programas a nivel gubernamental (incluyendo redes clientelares-asistenciales) y de organismos internacionales, así como aquellos programas formales vinculados a ONGs. Dicha participación está basada en la idea de cooperación de la población con la agencia efectora de programas.
La Ppol es aquella que se expresa bajo una concepción política integrada a la cotidianeidad y puede estar centrada en tres ideas: de defensa y promoción de la civilidad, de transformación y/o de emancipación. La primera se refiere al conjunto de aspectos que resisten a la violencia extrema (condiciones de pauperización absoluta, condiciones de represión extrema, etc.). La segunda está centrada en la idea de transformación material de las estructuras de dominación. Y la tercera se relaciona con la exigencia de un máximo de libertad y un máximo de igualdad: la exigencia de “égaliberté”[ii].
En la Ppop la centralidad del concepto reside en que las iniciativas de participación son promovidas desde las clases subalternas (movimientos sociales, políticos y/o reivindicativos autoconvocados), incluyendo procesos de empoderamiento que tienden hacia la autodeterminación y la autonomía de los colectivos.
La Pci está referida al reconocimiento y la defensa de los derechos, a la participación como ciudadanos en la lógica de las democracias formales representativas.
Esta delimitación conceptual intenta aprehender las relaciones entre diversos actores de la sociedad civil (ONGs, movimientos sociales, organizaciones barriales, etc.) y el Estado. Los distintos tipos de participación no son excluyentes y en lo concreto se presentan muchas veces superpuestos o intersectados.
Por su característica dinámica, la PS y su diversas expresiones están atravesadas por procesos dialécticos que se dirimen entre polos tensionales. Se enuncian algunas de las tensiones reconocidas:
¨ autonomía-heteronomía: este eje aparece vinculado a quién realiza las propuestas participativas, si son definidas externa o internamente respecto del colectivo participante[iii], a la posibilidad de autogestión o heterogestión, a quién induce y/o direcciona la PS.
¨ integralidad-focalización, se refiere a la amplitud de las propuestas participativas en relación al enfoque selectivo sobre problemáticas específicas o al abordaje desde una perspectiva integral de la vida cotidiana de los sujetos, los colectivos, la sociedad.
¨ empoderamiento-cooptación: remite a los objetivos de los procesos participativos, está estrechamente vinculado al eje autonomía-heteronomía y al sostenimiento de los conflictos por parte de los colectivos, al señalamiento de las contradicciones sociales y a la creación de contrapoder, ubicando en el otro polo los mecanismos de integración de elementos críticos a través de la canalización o evitación de conflictos sociales[iv].
¨ crítica-conformismo: dicha tensión se vincula al posicionamiento colectivo en los procesos participativos, está relacionada con la posibilidad de desarrollar un análisis crítico de las situaciones e intervenir en la toma de decisiones, en la definición de necesidades e intereses dentro del proceso manteniendo o no la propia posición a nivel colectivo.
¨ actores-recursos: dicha tensión remite a la modalidad de participación subjetiva dentro del proceso. El polo actores evidencia una participación activa-creativa, mientras que el polo recursos refiere a una participación pasiva-objetal.
¨ singular-colectivo: se refiere a los modos de negociación y toma de decisiones al interior de los colectivos (horizontalidad-verticalismo), así como a los rasgos de los liderazgos presentes (autoritarios, caudillistas, democráticos, etc.). En este eje también se expresan las posibilidades de implicancia y compromiso subjetivo a través de la asunción de responsabilidades dentro del proceso o la delegación.
¨ flujo-reflujo: este eje remite a los niveles de participación y a sus movimientos. Se relaciona con los niveles de visualización en la vida política societal y la regresión a niveles infrapolíticos de participación[v], así como con los procesos de empoderamiento-cooptación.
¨ espontaneidad-programación: dicha tensión está relacionada con la génesis de la participación y el modo de generación e inclusión de cambios dentro del proceso.
¨ creatividad-burocratización: el eje se refiere a las formas organizativas dentro de los procesos (democracia directa o de base, sistemas delegativos-representativos, etc.), a su grado de innovación o reproducción de formas tradicionales.
¨ subalternidad-hegemonía: esta tensión se vincula con el grado de desnaturalización de los procesos estructurales en los discursos y las prácticas: existencia de clases sociales, de necesidades, de conflictos, de inequidad económica, de desigualdad social y de opresiones de clase, género, etnia y cultura.
¨ liberación-alienación: este eje remite a la presencia o no de desarrollos que permitan subvertir las relaciones sociales hegemónicas a través de la creación de formas alternativas humanizantes, o a la reproducción de las relaciones vigentes de subordinación[vi].
Durante la década del ’50 en varios países del Tercer Mundo se generalizaron los esfuerzos por incentivar el desarrollo de programas sociales que involucraban a la población, especialmente rural. En el sector salud, la PS tuvo una incorporación relativamente tardía, llegó amalgamada con otros programas de desarrollo rural integrado. La PS en salud esta referida al proceso de salud / enfermedad / atención. El hito que marca definitivamente la inclusión de las propuestas participativas en salud es la conferencia de Alma Ata en 1978: “El pueblo tiene derecho y el deber de participar individual y colectivamente en la planificación y aplicación de su atención en salud (...) la APS[vii] exige y fomenta en grado máximo la autoresponsabilidad y la participación de la comunidad y del individuo en la planificación, la organización, el funcionamiento y el control de la APS, sacando el mayor partido posible de los recursos locales y nacionales y de otros recursos disponibles, y con tal fin desarrolla mediante la educación apropiada la capacidad de las comunidades para participar” (OMS y UNICEF, Alma Ata, 1978). El énfasis que se hizo en el autocuidado individual, familiar y colectivo respondió a dos posiciones ideológicas: una posición conservadora que tiende a reducir el papel del sector público y hacer responsables a las poblaciones de su salud (congruente con las políticas neoliberales de ajuste del área salud pública y la implementación-financiamiento internacional de programas de APS selectiva); otra vertiente que, como movimiento totalizador, intenta desmitificar la orientación biomédica de la medicina, reducir la medicalización de la atención, y desprofesionalizar la medicina, asignando al Estado responsabilidades de proteger a los ciudadanos contra los productores de enfermedad y muerte, y educar para la salud (vinculada a propuestas de APS integral) (Ugalde, 1999, Grodos y Bethume, 1988).
Acerca de una experiencia de participación social en salud
Introduciéndonos en el terreno específico de la PS en salud en el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) [viii] de zona sur del conurbano bonaerense, en un principio se evidencia que la salud se torna un espacio participativo de manera secundaria. Ante la inmediatez de la sobrevivencia, las acciones prioritarias son dirigidas hacia la búsqueda de recursos que aseguren la vida: los alimentos, o su intermediario: el trabajo. Este hecho, sumado a que en nuestro país aún funciona, aunque precarizado en todos los aspectos, un sistema público de salud, hace que la salud pase a un segundo plano y se accione sólo ante la urgencia. Este punto de vista es compartido por gran cantidad de personas que se reconocen como militantes de la salud dentro de los MTDs y señalan la dificultad al intentar comprometer a los compañeros en tareas vinculadas al área. Dicho obstáculo se relaciona con la génesis del MTD, cuya constitución se remonta a las primeras comisiones provisorias de desocupados organizadas a fines de 1995 para hacer frente a la situación contextualizada por el incremento del desempleo y la consecuente pauperización de sus condiciones de vida. El reclamo inicial que dirigen al Estado es por la recuperación de puestos de trabajo o subsidios y bolsones de alimentos, reivindicando el derecho al trabajo. Estos grupos darían lugar a los diferentes movimientos territoriales de desocupados con diversas líneas políticas-organizativas. Consecuentemente, las primeras acciones de los MTDs están vinculadas a proyectos productivos y de autoconsumo.
A medida que los MTDs se consolidan y se inicia una tarea sistemática de relevamiento de condiciones de vida y necesidades en los territorios de acción, la salud aparece en el discurso como reclamo reivindicativo al Estado frente al desmantelamiento neoliberal del sistema de salud y la deficiencia en la atención sanitaria por falta de insumos y profesionales, por sobredemanda, etc. Conjuntamente se expresa el reclamo por la educación. Este primer esbozo de PS en salud surge a partir del reconocimiento del derecho a la salud y la falta de garantías por parte del Estado. Las primeras acciones con respecto a la salud están relacionadas con la defensa de la estructura en salud existente y tienen un fuerte sentido político: evitar cierres o privatización de hospitales y centros de salud, no permitir el cobro de aranceles o bonos para la atención, denunciar los reiterados robos y el control punteril en las unidades sanitarias, etc. Para estas acciones se recurrió a articulaciones territoriales con otras organizaciones del barrio, otros movimientos sociales, sindicatos de trabajadores de la salud, etc.
Los MTDs están formados mayoritariamente por personas que perdieron sus trabajos durante el periodo de desindustrialización y privatización de empresas públicas de finales de los ’90. Con lo cual, las necesidades de la vida cotidiana, hasta ese momento, aunque de manera precaria estaban aseguradas. Complementando la lucha por el trabajo y los alimentos con el reconocimiento y la primeras acciones en defensa del derecho a la salud y la educación, los MTDs comienzan a perfilar una integralidad de los aspectos de la vida cotidiana ligada a la reconstrucción colectiva a través de la organización.
Al nivel reivindicativo de la PS en salud, se suman acciones concretas dentro del territorio: relevamiento de los recursos y los problemas de los centros de salud, vinculación con los trabajadores de la salud, diagnóstico comunitario de las problemáticas de la salud en el territorio, rastreo de los problemas endémicos, aspectos ecológicos del hábitat, etc. Se esbozaron diversas propuestas para hacer frente a las problemáticas rastreadas a través de la creación de comisiones de salud dentro de los movimientos. Estos aspectos estuvieron vinculados a la participación dentro de los MTDs de estudiantes y profesionales de ciencias sociales y de salud, muchos de ellos compartiendo la situación de desocupación.
A principios del 2002, un tema convocante en relación a la salud fue el aumento de los precios de los medicamentos (por la reciente devaluación del peso) y su escasez[ix]. Este hecho propicia la gestión de medicamentos en laboratorios públicos y privados, así como el reclamo a Municipios y al Ministerio de Salud de la Nación Argentina. La estrategia principal fue la apertura de farmacias comunitarias en los territorios, muchas de las cuales aún perduran. También hubo colectivos que retomaron los saberes populares sobre el uso de plantas medicinales y emprendieron proyectos relacionados con su producción. Algunos de estos proyectos de farmacias comunitarias dieron lugar a la creación de postas de salud autogestionadas (con atención de un enfermero o promotor de salud miembro de la comunidad, visita semanal de médico, suministro de medicación y prestaciones básicas –control de desarrollo de niños, control de la presión, atención de primeros auxilios, etc.–), especialmente en los lugares con difícil acceso a los centros de atención.
En los MTDs se va creando una representación social de la salud ligada a la propia cotidianeidad de los colectivos. Se comienzan a reconocer los aspectos resilientes y salutíferos de la reconstrucción del entramado de las relaciones sociales a partir de la organización y la gestión conjunta de bienes que aseguran la reproducción material. Las estrategias de lucha y los emprendimientos son espacios de recuperación de la sociabilidad que propician los lazos solidarios y recíprocos, y la redefinición de los actores dentro del proceso a través de la creación de nuevos ámbitos de pertenencia e identidad colectiva. Este aspecto relacional de la organización a través de la desocupación colectiva es reconocido como salutífero en comparación con la situación de desocupado individual, que muchos vivenciaron[x].
Con respecto a los temas de mayor repercusión al que se intentan dirigir las estrategias, aparecen principalmente la desnutrición y el bajo peso en niños, la problemática del HIV-SIDA en jóvenes y la contaminación ambiental. Incipientemente empiezan a formarse promotores que se dedican a tareas de prevención, las tareas de control de peso y talla son sistematizadas, y se continúa la gestión de recursos ante los organismos gubernamentales. Comienza a asomar la necesidad de trabajar en redes de diversos niveles y de formar a los propios recursos en salud. Durante el 2002, surgen experiencias como el Foro Social de Salud[xi] y otras coordinaciones que convocan a diversos MTDs y organizaciones de base, de estudiantes, junto a sindicatos de trabajadores de la salud. Muchas de estas formas organizacionales no han sido estables en el tiempo, puesto que remitieron a articulaciones situacionales con configuraciones innovadoras, otras experiencias perviven en las grietas del capitalismo en una red abierta con configuración rizomática[xii]. Las posibilidades que inauguran las redes dinámicas están vinculadas a la policentralidad (descentralización del poder en nodos), la multiarticulación, el flujo informacional, la interorganización y la expansión. La clave de la elección de la organización en redes reside en que cada experiencia nutre su autonomía de la interdependencia con otros componentes a través de la potencia que reside en la interconexión dentro de la red. La red pasa a ser la base multiplicadora y dinamizadora del conjunto. Como experiencias de resistencia, multiplicidad de prácticas, no son pensables en su unidad (como un movimiento homogéneo), sino a través de una transversalidad capaz de hacer producir resonancias en la diversidad. Su “temporalidad refiere al carácter muchas veces no permanente de estas construcciones y al intento constante de parte del sistema del capital de suturar estas fisuras” cooptándolas, integrándolas o reprimiéndolas (López y Menéndez, 2003: 44-45).
Las características de la red dificultan su cooptación, puede cooptarse o retirarse un nodo y la red seguirá existiendo en la dinámica transitoriedad-permanencia, conexión-desconexión como un sistema abierto e inestable. La red nunca se fija como estructura cristalizada porque es fundamentalmente dinámica. Cada componente de la red es otra red, que a la vez participa de varias redes.
Las diversas articulaciones se dan a partir de las necesidades concretas, de la práctica en cuestiones puntuales, de las carencias territoriales convocantes, de la confluencia de líneas político-organizativas. El compartir prácticas, la generación de estrategias y acciones de lucha propician el conocimiento y las relaciones de confianza entre las organizaciones, promoviendo la estabilidad de la articulación. Estas convergencias potencian la capacidad de los colectivos de negociar con los organismos estatales e incidir sobre el tratamiento de ciertos temas de la agenda pública para el diseño de políticas sociales.
Comentarios finales
La salud funciona como eje transversal articulador de diversas organizaciones y sectores. En estas experiencias se condensan los diferentes tipos de participación social: política, popular, ciudadana y comunitaria. Su mayor grado de visibilización o legitimación social está ligado a su temporalidad y a la dinámica de avance-reflujo en los niveles de la política y la infrapolítica. Al ser experiencias con un claro sentido democrático, su posibilidad de trascendencia está ligada a las marcas subjetivas que imprime el tránsito por ellas en los sujetos verdaderamente implicados con el proyecto, un habitus[xiii] instituyente en el que descansa su potencia real aún en los momentos de repliegue.
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[i] Redes sociales, comunidad, estilo de vida, necesidades, grupo doméstico, etc.
[ii] Balibar, 2001: 15 -16.
[iii] Sobre los conceptos de autonomía y heteronomía ver: Castoriadis, 1997.
[iv] Desde la perspectiva de Moscovici (1981), la posibilidad de evidenciar y sostener el conflicto a nivel social es una de las estrategias de las minorías activas para ejercer su influencia social. La tendencia contraria está referida a los procesos de normalización y conformismo, ligadas al ocultamiento de las contradicciones sociales.
[v] Scott (2000) postula: “Siempre que limitemos nuestra concepción de lo político a una actividad explícitamente declarada, estaremos forzados a concluir que los grupos subordinados carecen intrínsecamente de una vida política o que ésta se reduce a los momentos excepcionales de explosión popular. En ese caso, omitiremos el inmenso territorio político que existe entre la sumisión y la rebelión y que, para bien o para mal, constituye el entorno político de las clases sometidas. Sería como concentrarse en la costa visible de la política e ignorar el continente que está detrás”.
[vi] Para Basaglia (1976) la creación de formas alternativas en las relaciones sociales que respeten la humanidad de los sujetos es un componente central de las prácticas desinstitucionalizadoras.
[vii] Atención Primaria de la Salud.
[viii] Acerca de la historia del Movimiento de Trabajadores Desocupados, ver: Zibechi, 2003, cap. 4 y Oviedo, 2001.
[ix] Un estudio sobre el impacto de la situación sanitaria en el 2002 dentro de estos colectivos se puede consultar en: Sopransi, M.B., Veloso, V., Sasia, R., Udrisard, G., 2003.
[x] Un análisis sobre los cambios en la subjetividad a partir de la participación en los MTDs se puede ver en: Sopransi, M.B. y Veloso, V., 2004.
[xi] Los objetivos centrales definidos desde el Foro Social de Salud son: Promover y defender la idea de un sistema público y gratuito, igualitario y de calidad, accesible a todas las personas que habitan el suelo argentino. Propiciar el derecho a la salud como derecho humano y social inalienable, derecho de ciudadanía. Generar redes que articulen distintos actores sociales (médicos, otros profesionales de salud, trabajadores de salud, pacientes, organizaciones sociales, barriales y humanitarias, etc.), favoreciendo el protagonismo de todos los actores sociales, en la lucha para impulsar mecanismos de participación democrática en la redefinición de las políticas públicas para el área nacional, regional y local. Promover el intercambio de experiencias y el debate de propuestas superadoras en cada uno de los campos problemáticos hallados: desnutrición, crisis del sistema público de salud y de la seguridad social, barreras de accesibilidad a los servicios de salud, acceso a medicamentos, problemas de salud mental y discapacidad y problemas de salud ambiental. En www.forosalud.org.ar.
[xii] “EI rizoma es un sistema acentrado, no jerárquico y no significante, sin General, sin memoria organizadora o autómata central, definido únicamente por una circulación de estados.” “Un rizoma no empieza ni acaba, siempre está en el medio, entre las cosas, inter-ser […] el rizoma tiene como tejido la conjunción ‘y...y...y’”. Los tres primeros principios del rizoma son conexión, heterogeneidad y multiplicidad. Deleuze y Guattari, 1994, cap. I.
[xiii] Conjuntos de relaciones históricas “depositadas” en los cuerpos individuales bajo la forma de esquemas mentales y corporales de percepción, apreciación y acción (habitus) y la distribución desigual del capital material y simbólico entre las clases sociales (Bourdieu y Wacquant, 1995: 23).
Entregado el 13 de diciembre de 2004.
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